Volcán Paricutín está activo o inactivo

Turismo para todos desde el paricutín

Volcán Paricutín

El Volcán Paricutín: ¿Gigante dormido o cenicero apagado?

En México hay volcanes con biografía. Algunos, como el Popocatépetl, escriben su diario en columnas de humo que los noticieros leen como si fueran horóscopos. Otros, como el Paricutín, prefieren la novela corta: un nacimiento fulgurante, un clímax de furia y un final abrupto, casi literario. La pregunta que ronda en 2025 es simple pero insistente: ¿está activo o inactivo el Paricutín, ese volcán que apareció un día de 1943 en el campo de un campesino y que terminó tragándose dos pueblos?

En 2025, el Paricutín es un volcán inactivo.

Responder no es tan sencillo como podría parecer. Porque la ciencia dice una cosa, la memoria popular otra, y la metáfora —que también cuenta— sugiere algo más inquietante: un volcán nunca muere del todo, solo cambia de silencio.

Un nacimiento con puntualidad catastrófica

La historia es conocida, aunque nunca deja de sonar a fábula. El 20 de febrero de 1943, Dionisio Pulido, campesino de San Juan Parangaricutiro, vio cómo la tierra de su milpa se abría y comenzaba a escupir humo, piedras y fuego. No era la clásica anécdota campesina que se exagera con tequila: era el nacimiento de un volcán. En cuestión de horas, la parcela se convirtió en un cráter ardiente, y en días, en un cono en crecimiento.

En nueve años, el Paricutín alcanzó casi los 424 metros de altura, como un adolescente rebelde que crece demasiado rápido y termina aplastando la casa de los padres. Los pueblos de Paricutín y San Juan Viejo quedaron sepultados. Solo la torre de la iglesia emergiendo entre las rocas volcánicas quedó como epitafio de piedra y humo.

La diferencia con otros volcanes es crucial: el Paricutín es uno de los pocos cuya biografía completa presenció el ser humano, desde su primer respiro hasta su última exhalación. Y eso lo convirtió en un fenómeno único, un laboratorio natural que geólogos de todo el mundo estudiaron con fascinación.

El final (aparente) de la erupción

En 1952, el volcán dejó de rugir. Había gastado su furia como quien agota la batería de un viejo gramófono. Desde entonces, el Paricutín ha permanecido en silencio. La ciencia lo clasifica como volcán monogenético, es decir, de “un solo uso”: nace, erupciona durante un tiempo y después muere para siempre. A diferencia del Popocatépetl o el Etna, que entran y salen del escenario como actores veteranos, el Paricutín sería un cometa de una sola aparición.

Sin embargo, ¿puede hablarse de “muerte” en términos geológicos? Aquí la ironía se impone: para los humanos, setenta años de calma son eternidad; para la Tierra, apenas un bostezo.

Todos Bienvenidos a Conocer el Paricutín

¿Activo o inactivo en 2025?

 

La respuesta académica es clara: en 2025, el Paricutín está inactivo. No hay registros recientes de actividad sísmica significativa bajo su cono, ni emisiones de gases, ni deformaciones del terreno que sugieran que planea despertar. Todo indica que su espectáculo terminó.

 

Pero la ciencia, como la burocracia, tiende a ser seca en su lenguaje. La gente de Michoacán, en cambio, conserva otra mirada: “el volcán duerme”, dicen. Porque ¿quién se atreve a dar por muerto a un gigante que todavía se yergue imponente en el paisaje? Los habitantes lo ven como un abuelo cansado, sí, pero un abuelo con antecedentes de violencia. Y a un abuelo así, nunca se le provoca demasiado.

 

Aquí surge la antítesis central: para la geología, el Paricutín es un cadáver; para la cultura local, es un durmiente. Y ese contraste revela cómo la tierra y la memoria humana rara vez coinciden en sus relojes.

 

La paradoja de su fama

 

Paradójicamente, un volcán inactivo ha generado más turismo que muchos activos. El Paricutín se ha convertido en atracción mundial, en escenario de caminatas que conducen hasta la iglesia semienterrada en San Juan Viejo, un sitio donde la piedra volcánica parece congelar el tiempo como un museo al aire libre.

 

Es curioso: lo que en los años cuarenta fue tragedia, hoy es postal. El drama humano —pueblos enterrados, familias desplazadas— se transformó en negocio turístico, con caballos alquilados y guías que narran la erupción como quien cuenta una leyenda. Ironía pura: el desastre que arruinó cosechas hoy alimenta hoteles.

 

Símiles de fuego y silencio

 

Pensar en el Paricutín es como observar una hoguera apagada en un campamento: no hay llamas, pero las piedras aún recuerdan el calor. También se parece a esos cantantes que solo lanzan un disco, pero tan impactante, que marcan época. El volcán fue el “one hit wonder” de la geología.

 

Y sin embargo, su silencio actual no es menos elocuente que su erupción. Porque lo que muestra es la fragilidad de nuestras categorías: llamamos “activo” a lo que ruge y “muerto” a lo que calla, cuando la tierra simplemente sigue su proceso, indiferente a nuestros adjetivos.

 

¿Y si volviera a despertar?

 

Los expertos insisten: el Paricutín no volverá a erupcionar. Pero, como siempre en la historia, la seguridad absoluta es una ilusión peligrosa. En el propio campo volcánico de Michoacán–Guanajuato, al que pertenece el Paricutín, hay cientos de conos formados en los últimos 40,000 años. Nada impide que, mañana o en cien años, surja otro volcán en una milpa distinta.

 

Ese es el verdadero legado del Paricutín: recordarnos que la tierra bajo nuestros pies es más inestable de lo que queremos aceptar. Que un campesino pueda ver cómo su sembradío se transforma en montaña es prueba de que la naturaleza juega con dados que ni siquiera sabemos reconocer.

 

Conclusión: entre epitafio y promesa

 

En 2025, el Paricutín es un volcán inactivo. Así lo diría cualquier manual de geología. Pero limitarlo a esa etiqueta sería como describir a Don Quijote solo como “un hidalgo manchego”: cierto, pero insuficiente.

 

El Paricutín sigue activo en la memoria colectiva, en las leyendas de Michoacán, en los turistas que cabalgan entre sus lavas petrificadas. Sigue vivo en la paradoja de ser un desastre convertido en postal. Y, sobre todo, sigue siendo metáfora de la fragilidad humana frente a los caprichos de la tierra.

 

Quizá lo más sensato sea considerarlo lo que es: un gigante que se apagó, sí, pero que nos enseñó que el suelo bajo nuestros pies nunca es del todo estable. Un maestro de fuego que nos dejó, con su silencio, una lección ardiente: la tierra no olvida, solo espera.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Informes Directo
Enviar Mensaje WhatsApp!