¿Cuántos Años Tiene el Volcán Paricutín en 2025?

82 aniversario del paricutin

El Paricutín: El volcán adolescente que nació en plena era moderna.

Hay fenómenos que parecen sacados de un relato mitológico, pero ocurrieron ante cámaras, telegramas y taquígrafos. Uno de ellos se llama Paricutín, y en 2025 cumple exactamente 82 años. No 10,000, ni 500,000, ni siquiera un milenio modesto. No. Este coloso de lava y ceniza apenas ha vivido lo que una abuela longeva. Nació un día de febrero de 1943, mientras el mundo se desangraba en la Segunda Guerra Mundial, y mientras en México aún se escuchaban ecos de la Revolución. Era, por decirlo así, un recién llegado en un escenario ya bastante saturado de historia y tragedia.

Pero empecemos por el principio, que es donde empiezan las buenas historias.

Un parto entre el maíz y el azufre

El 20 de febrero de 1943, en un campo de cultivo del estado de Michoacán, un campesino llamado Dionisio Pulido se convirtió, sin quererlo, en testigo del nacimiento de un volcán. No de una erupción repentina de un volcán dormido: no. Del surgimiento literal de un nuevo cráter, donde antes solo había tierra cultivada. Así como si la Tierra hubiera decidido hacerle una travesura a los geólogos y les hubiera dicho: “¿Ven esto? También sé improvisar”.

Dionisio notó que el suelo vibraba y que de una grieta comenzó a salir humo, ceniza y un ruido como de locomotora furiosa. En pocas horas, una pequeña elevación comenzó a formarse. En cuestión de días, era una colina. En semanas, una montaña en erupción. El Paricutín estaba naciendo.

Hoy, con precisión de calendario, sabemos que en 2025 el Paricutín cumple 82 años. Y sí, la edad es exacta. A diferencia de otros volcanes cuya edad se calcula con márgenes de error de milenios, aquí podemos decir: este volcán tiene fecha de nacimiento. Como un bebé geológico registrado en el acta civil del fuego.

Antítesis de la eternidad: un volcán con partida de nacimiento

Pocas cosas resultan tan irónicas como que un volcán —símbolo de lo ancestral, de lo eterno, de la furia ciega de la Tierra— tenga menos años que una tía bisabuela. Mientras el Popocatépetl exhala desde hace más de 730,000 años, y el Etna presume actividad desde la época en que Homero aún recitaba en griego, el Paricutín es un mocoso geológico. Un adolescente en términos de tectónica, un efervescente muchacho que ya hizo su berrinche entre 1943 y 1952… y desde entonces guarda silencio. ¿Estará planeando otra escena?

Su corta vida activa, de apenas nueve años, contrasta con la espectacularidad de su irrupción. En ese lapso, sepultó dos pueblos enteros —San Juan Parangaricutiro y Paricutín— y dejó una cicatriz incandescente de más de 25 kilómetros a la redonda. Las imágenes de la iglesia semienterrada por la lava se han vuelto símbolo de la fragilidad humana ante la paciencia volcánica.

¿Por qué importa tanto su edad?

Podría parecer un dato anecdótico, pero la edad exacta del Paricutín revolucionó la vulcanología. Por primera vez en la historia, la humanidad pudo presenciar, documentar y estudiar el nacimiento completo de un volcán desde su primer aliento hasta su reposo. Geólogos, fotógrafos, periodistas y curiosos de todo el mundo llegaron a Michoacán como quien acude al parto de un dios. El Paricutín se convirtió en una especie de reality show de la Tierra, con lava en lugar de lágrimas y fuego en lugar de pañales.

La ciencia avanzó a pasos de gigante: se entendió mejor cómo se forman los conos de ceniza, cómo progresa una erupción fisural, cómo se mueve el magma en las cámaras subterráneas. En pocas palabras, este volcán joven enseñó a los sabios ancianos.

Es un poco como si un niño prodigio le hubiera dado clases a sus abuelos.

Entre cenizas y turistas

Hoy, con 82 años a cuestas, el Paricutín no ha vuelto a erupcionar desde 1952. Pero su impacto no ha cesado. Se ha convertido en atracción turística, símbolo cultural y objeto de orgullo regional. Su forma cónica perfecta, su leyenda moderna y el drama de los pueblos desaparecidos lo elevan al rango de reliquia viva. Y lo más intrigante: aún no está claro si está dormido o simplemente en pausa.

Porque, a decir verdad, un volcán no envejece como nosotros. Su edad cronológica dice poco sobre su temperamento. Puede parecer apacible por décadas y luego, de pronto, recordar que tiene un temperamento ígneo. Los 82 años del Paricutín son apenas el bostezo inicial de lo que podría ser una siesta milenaria… o el preludio de una segunda juventud volcánica.

Un país que parió un volcán

Hay algo profundamente simbólico en que México, país de contradicciones volcánicas (sociales, políticas, telúricas), haya dado a luz a un volcán en plena mitad del siglo XX. Mientras el país se modernizaba a empujones, nacía del suelo un recordatorio de que la tierra no se somete al reloj del progreso.

El Paricutín surgió sin pedir permiso, sin esperar condiciones ideales, sin protocolos. Como la historia misma: impredecible, ardiente, caprichosa. En una era de bombas atómicas y discursos de radio, apareció este monumento primitivo a lo incontrolable.

Como si el mundo dijera: “Puedes conquistar el cielo con aviones, pero no controlarás mis entrañas”.

Paricutín: símbolo de lo imposible

Hay quienes dicen que el Paricutín es uno de los siete milagros naturales del mundo moderno. Y, francamente, no es exageración nacionalista. Su existencia desafía varias de nuestras nociones cómodas: que el mundo ya está cartografiado, que no hay más sorpresas bajo el sol, que la Tierra ya no nos da espectáculos inéditos.

El Paricutín una Maravilla Natural en Michoacán.

Nació cuando nadie lo esperaba, en un lugar insospechado, y dejó una marca imborrable. Como esos artistas que solo sacan un disco, pero lo hacen tan bien que nadie los olvida. Un “one-hit wonder” de la geología, si se permite la expresión.

¿Y ahora qué? ¿Qué sigue a los 82?

Los volcanes, como los viejos sabios, no hablan mucho, pero observan. El Paricutín hoy no ruge, pero sigue ahí, callado, vigilante, como un anciano que recuerda su juventud explosiva con una sonrisa sarcástica. Los científicos monitorean su zona con instrumentos modernos, pero saben que la naturaleza es capaz de ensayar en secreto sus propios planes.

Tal vez nunca vuelva a erupcionar. Tal vez lo haga en un siglo. Tal vez mañana. Así son los volcanes: como relojes sin manecillas, pero con despertador.

Y así, este volcán michoacano de 82 años no solo es un fenómeno natural, sino también una metáfora de lo que no podemos controlar. Un recordatorio ardiente de que la Tierra está viva, que el tiempo no es lineal, y que incluso en un mundo digital, la lava sigue siendo real.

Epílogo: Dionisio, testigo del fuego

No se puede hablar del Paricutín sin recordar al hombre que lo vio nacer. Dionisio Pulido, aquel campesino que perdió sus tierras bajo un mar de lava, terminó ganando un lugar en los libros de historia. Y uno se pregunta: ¿qué pensó ese hombre sencillo cuando vio que el suelo, literalmente, se abría bajo sus pies?

Quizás pensó que los dioses habían despertado. O tal vez —y esto es más probable— solo deseó que el maíz no se le echara a perder.

Porque así somos: mientras el planeta reconfigura su corteza, nosotros seguimos pensando en la cosecha. Y esa es, quizás, la mayor ironía de todas.

El Paricutín tiene 82 años. No es viejo, ni joven. Es, simplemente, un recordatorio de que la Tierra nunca termina de decir su última palabra.

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